miércoles, 30 de julio de 2014

Deconstrucción.

Desde pequeños habían relacionado la luz y el sol, los horizontes libres y despejados con el verano, con julio y agosto, con el solsticio de la noche de San Juan. A media que el tiempo pasaba, iban creciendo, sus temores y sueños se hacían más grandes, las calamidades pesaban en el alma… empezaron a comprender que en el exterior podría existir un sol abrasador, y ellos solos sentirían penumbra; que el mercurio rozaría la alerta naranja, pero por las noche seguirían temblando de frío.

Extenuados de no disfrutar de las maravillas de la naturaleza, decretaron del verano un estado mental y con ello pasarían de la desmoralización a la jovialidad, de los rompecabezas con falta de piezas a la búsqueda de soluciones tempranas y posibles; de la procrastinación a la  inmediatez; de la rutina a la deconstrucción, de solo la aceptación a la adaptación. Así, en sus mundos brillaría el sol, sus cuerpos gozarían de calidez y sus vistas descubrirían el placer de lo mundano, para así poder distinguir lo normal de lo extraordinario.


Dividieron las estaciones de la siguiente manera: Los 365 días del año solo podrían tener una desviación de 30 días hacia el otoño-invierno. Las jornadas justas para que la oscuridad les permitiese refugiarse de los miedos, para que el frío los aislase y les diese la oportunidad de pensar y enmendar errores, para que la lluvia se cerniese sobre ellos a fin de despejar sus mentes.

Será autobiográfico o no, sin embargo la verdad es simple: Todos somos ELLOS

“El tiempo es la divisa de tu vida. Es la única divisa que tienes, y solo tú puedes determinar cómo será gastada. Se cuidadoso y no permitas que otras personas la gasten por ti.”
Carl Sandburg 


“Nacemos para vivir, por eso el capital más importante que tenemos es el tiempo,
es tan corto nuestro paso por este planeta que es una pésima idea no gozar cada
paso y cada instante, con el favor de una mente que no tiene limites y un corazón que puede amar mucho más de lo que suponemos”
Facundo Cabral.

**Cuadro: El Verano, de Joan Miró.



domingo, 20 de julio de 2014

Deshumanización.

Con el paso de los años, y de diversas situaciones límite, he podido comprobar como presumimos de ser seres caracterizados por poseer una ceguera y sordera parcial; vemos pero no miramos, oímos pero no escuchamos. Nuestra especie ha logrado que la mente invisibilice, por conveniencia del sistema o propia, todo aquello que realmente nos haría  madurar y crecer, aquellas cosas con las que aprenderíamos a comportarnos de manera más humana, pero ¿Qué es comportarse de forma humana?

La Psicología Social afirma que el ser humano es una animal social y emocional, que dispone de un cerebro complejo capaz de pensar y de sentir, con una necesidad de compañía y comprensión, que incluso es capaz de sufrir o disfrutar solo por el mero hecho de imaginar una situación  dramática o placentera, sin necesidad de que ésta esté sucediendo.

A pesar de poseer un cerebro tan complejo y completo, no hemos sacado provecho a esa humanidad, a esa racionalidad para distinguir el bien del mal, a esa capacidad para contagiar emociones…las emociones son sociales, y si no piensen en la “risa contagiosa”, o en las lágrimas que piden, a gritos, brotar de los lagrimales cuando lloran los protagonistas de un taquillazo. Por el contrario, a medida que hemos evolucionado (mejorado anatómicamente y empeorado espiritualmente) hemos construido una barrera en nuestra cabeza, la cual actúa de filtro para que, únicamente, puedan atravesarla los actos y las emociones que nos reportan un beneficio personal.

Y así, hemos creado los eufemismos con los que nos referimos, de forma formal y bonita, a personas con algún tipo de problemática. Con ello parecerá que creemos en la igualdad y la integración, aunque no movamos ni una sola de nuestras extremidades para conseguirla, o nos mofemos de quienes parecen diferentes.

Y así, hemos dado limosna o donativos, para sentirnos mejor con nuestro ego, consumismo y narcisismo; sin poner en marcha o participar en acciones que consigan eliminar la necesidad de mendigar.

Así, hemos consolidado la creencia de llorar en soledad y únicamente por lo negativo, de dramatizar los problemas, olvidando lo maravillosas que son las lágrimas de alegría y placer. Lloramos por una ruptura, un fallecimiento, un despido…pero hemos perdido el hábito de llorar por un nacimiento, una graduación, una boda o un empleo.

Estamos absolutamente deshumanizados, inmersos en una crisis humana y de valores, más denigrante si cabe que una crisis económica. Vemos a indigentes pero no miramos dentro de nuestra creatividad para crear campañas y acciones que lo eliminen; vemos a discapacitados pero no miramos el horizonte de oportunidades, los pros y la cohesión de poner en marcha grupos de amigos e iniciativas de inclusión social. Vemos a individuos con nombre y apellidos pero no miramos el alma, los sentimientos, la persona, los miedos y los sueños que habitan tras el Número Nacional de Identificación.





**Cuadro: Michelangelo Merisi. Caravaggio. Judit e Holofernes . 1599.