Con
el paso de los años, y de diversas situaciones límite, he podido comprobar como
presumimos de ser seres caracterizados por poseer una ceguera y sordera
parcial; vemos pero no miramos, oímos pero no escuchamos. Nuestra especie ha logrado
que la mente invisibilice, por conveniencia del sistema o propia, todo aquello
que realmente nos haría madurar y
crecer, aquellas cosas con las que aprenderíamos a comportarnos de manera más
humana, pero ¿Qué es comportarse de forma humana?
La
Psicología Social afirma que el ser humano es una animal social y emocional,
que dispone de un cerebro complejo capaz de pensar y de sentir, con una
necesidad de compañía y comprensión, que incluso es capaz de sufrir o disfrutar
solo por el mero hecho de imaginar una situación dramática o placentera, sin necesidad de que
ésta esté sucediendo.
A
pesar de poseer un cerebro tan complejo y completo, no hemos sacado provecho a
esa humanidad, a esa racionalidad para distinguir el bien del mal, a esa
capacidad para contagiar emociones…las emociones son sociales, y si no piensen
en la “risa contagiosa”, o en las lágrimas que piden, a gritos, brotar de los
lagrimales cuando lloran los protagonistas de un taquillazo. Por el contrario,
a medida que hemos evolucionado (mejorado anatómicamente y empeorado
espiritualmente) hemos construido una barrera en nuestra cabeza, la cual actúa
de filtro para que, únicamente, puedan atravesarla los actos y las emociones
que nos reportan un beneficio personal.
Y
así, hemos creado los eufemismos con los que nos referimos, de forma formal y
bonita, a personas con algún tipo de problemática. Con ello parecerá que
creemos en la igualdad y la integración, aunque no movamos ni una sola de
nuestras extremidades para conseguirla, o nos mofemos de quienes parecen
diferentes.
Y
así, hemos dado limosna o donativos, para sentirnos mejor con nuestro ego,
consumismo y narcisismo; sin poner en marcha o participar en acciones que
consigan eliminar la necesidad de mendigar.
Así,
hemos consolidado la creencia de llorar en soledad y únicamente por lo
negativo, de dramatizar los problemas, olvidando lo maravillosas que son las
lágrimas de alegría y placer. Lloramos por una ruptura, un fallecimiento, un
despido…pero hemos perdido el hábito de llorar por un nacimiento, una
graduación, una boda o un empleo.
Estamos
absolutamente deshumanizados, inmersos en una crisis humana y de valores, más
denigrante si cabe que una crisis económica. Vemos a indigentes pero no miramos
dentro de nuestra creatividad para crear campañas y acciones que lo eliminen;
vemos a discapacitados pero no miramos el horizonte de oportunidades, los pros
y la cohesión de poner en marcha grupos de amigos e iniciativas de inclusión
social. Vemos a individuos con nombre y apellidos pero no miramos el alma, los
sentimientos, la persona, los miedos y los sueños que habitan tras el Número
Nacional de Identificación.
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