viernes, 5 de diciembre de 2014

Eternidad y recuerdos.

Uno de las mayores virtudes del ser humano es la eternidad de los recuerdos. Son la energía de nuestra alma, y como energía no puede destruirse, sino transformarse y, gracias a las maravillas provocadas por nuestra complejidad cerebral, esconderse entre pequeños recovecos, construidos con todo detalle para ocultar las rosas negras de nuestro jardín imaginario.

Escondemos todo aquello que no nos agrada: escondemos nuestros defectos físicos, escondemos los defectos psíquicos que sacan de quicio a quién nos quiere y, como no podría ser de otra manera, escondemos los recuerdos que por un tiempo nos convirtieron en almas  errantes.

Pues bien, a veces los muros se quiebran, los míos se han destruido, de tal magnitud ha sido la catástrofe que se podría haber declarado un estado de alarma…La memoria es traicionera, escuche hace algunos años.

En todo desastre natural la primera reacción es la incredulidad, seguida de la rabia y el “porque a mí”

¿Por qué ahora que lo había olvidado todo?
¿Por qué ahora que lo tengo superado?
¿Por qué recuerdo algo no fue nada?

Pues quizás por eso, porque los recuerdos no se olvidan, porque las nadas no existen, todo en su justo momento significa algo; porque nadie decide cuando tiene superado algo, sino que el destino decide cuando sucede…y sucede cuando menos te lo esperas, sucede cuanto toda tu vida está en orden y perfectamente planificada, sucede cuando disfrutas de cada instante del día; sucede, al fin y al cabo, cuando menos te lo esperas, cuando estás distraído y crees que tu destino te pertenece…

Porque para superar algo hemos de estar en paz con nosotros mismos.


Y hoy lo puedo decir...estoy en paz conmigo y contigo; te perdono, y lo más importante: me perdono, porque si el recuerdo es una virtud, el perdón es la prueba más verídica de humanidad.

Cuando estás en paz, todas tus facetas renacen. 

"Los recuerdos verdaderos parecían fantasmas, mientras los falsos eran tan convincentes que sustituían a la realidad" 
Gabriel García Marquez. Estraños Peregrinos.

**Cuadro: El nacimiento de Venus. Botticelli.

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